Mientras el clima empeora y los huéspedes llegan en tropel, corro de la tetera al guardarropa, presionando tazas calientes en manos frías y arropando hombros con mantas.
Entonces la puerta se abre revelando el último rostro que quiero ver: Katina, la nueva novia de mi exmarido. Nuestras miradas se cruzan, sorprendidas, y acordamos en silencio fingir que somos desconocidas.
El retiro comienza y nuestras líneas de separación quedan trazadas. Las mujeres se deleitan en la sauna y el jacuzzi, flotan a través de baños de sonido en el espacio principal de yoga y esperan la perfección. Yo me agoto manteniéndolo así. Afuera, la nieve se espesa.
Resulta que Katina y yo no somos las únicas tensas. Las tensiones se propagan entre el personal y los huéspedes; pequeños desaires amargan lo que deberían ser comidas agradables, y rencores susurrados contaminan las actividades planificadas. La serenidad prometida se está convirtiendo rápidamente en una olla a presión. Entonces lo impensable en un santuario como este se vuelve real. Se descubre un cadáver.
Con la nieve acumulada, la ayuda no puede entrar. Ni nadie puede salir. Movemos el cuerpo fuera de la vista y, increíblemente, continuamos con el programa. Impactante, sí. ¿Sospechoso? Por supuesto que no. Hasta que se encuentra un segundo cadáver.
El pánico atraviesa Pinos Susurrantes. Las acusaciones vuelan y los dedos apuntan en todas direcciones, hasta que se detienen en una persona. Yo. Y ahora, la única salida de este retiro de invierno es sobrevivirlo.

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